Desde que escribió su primer álbum en 2011, Isern ha escrito casi un centenar de libros que se han traducido hasta en 33 lenguas y por los cuales ha recibido varios premios nacionales e internacionales. De hecho, solo en Polonia, la escritora y psicóloga Susanna Isern (la Seu d’Urgell, 1978) suma más de 100.000 ejemplares vendidos de ‘L’emocionòmetre’ y ‘El gran llibre dels superpoders’.
Estos son únicamente dos de los muchos superventas que acumula, especialmente con los cuentos que ha hecho conjuntamente con la ilustradora Rocío Bonilla con la Editorial Flamboyant, como el ya mencionado ‘El gran llibre dels superpoders’ pero también ‘Això no és una selva’, ‘Cuadern de superpoders’, ‘El gran llibre dels supertresors’ i el recentment publicat ‘I si em menja una balena?’, una historia que invita a los niños a vencer sus miedos o, mejor dicho y como ella misma matiza, sus preocupaciones.
Así pues, el miedo y la preocupación no serían exactamente lo mismo.
Los miedos están focalizados en cosas concretas. Por ejemplo, en el caso de los miedos evolutivos de la infancia serían tener miedo a la oscuridad, al agua, a ir al médico… Y yo el que he querido tratar a Y si se me come una ballena? son justamente el que yo digo los I seis: Y si me pasa esto? Y si me pasa aquello otro? Son preocupaciones vinculadas a la adivinación del futuro, a menudo a través de pensamientos encadenados, negativos, que nos impiden hacer cosas que en realidad querríamos hacer.
Y lo haces desde una vertiente imaginativa y divertida, en cambio, hay mensajes educativos que se transmiten directamente desde el miedo, como es el caso del cambio climático. ¿Cómo se puede educar y explicar la realidad del mundo sin atemorizar a los niños?
Todos los educadores, tanto las familias como los maestros, lo primero que tienen que hacer es transmitir tranquilidad. En el caso de Martí, el protagonista del cuento, el que hace la madre es mantener una conversación que cada vez adquiere rasgos más surrealistas pero que lo que hace es confrontarlo con su propia imaginación para hacerle darse cuenta que todo aquello que lo preocupa es del todo improbable que pase. Como padres, tenemos la obligación de protegerlos, pero también hace falta empujarlos a vivir la aventura.
Para cualquier padre, madre o maestro, este es un equilibrio complicado.
Sin duda, para mí también es un reto encontrar este equilibrio, pero es realmente importante. Aquí nos hemos vuelto demasiado miedosos. En Alemania, a los 6 años, muchas escuelas obligan a los niños a ir solos.
A mí también me cuesta no minimizar sus reacciones cuando se enfadan o lloran a la mínima frustración.
¿Mínima para quién? Para el niño, si llora, no es una cuestión menor. Si le sale esta emoción: ¿quién somos nosotros para decirle que deje de sentirla? Las emociones de los otros no nos pertenecen. Por esta razón, conviene evitar frases como “Esto es una tontería o una barbaridad”.
«Tenemos que validar los pensamientos y emociones de los niños, no cuestionarlas»
Cuando hablas de “validar” las emociones, ¿a qué te refieres concretamente?
A aceptar la emoción del niño, explicarle que está bien sentirla, que en si no es mala y que otra cosa es cómo la gestionamos. Por ejemplo, es normal sentir envidia, todo el mundo siente alguna vez. Lo importante es aprender a gestionarla para que no nos haga daño.
Hablando de emociones, ‘El emocionòmetre’ es uno de tus grandes éxitos internacionales. ¿Percibes diferencias respecto a la educación emocional en función de los países?
Diría que el interés por la educación emocional y la gestión de las emociones en la infancia está ahora mismo muy generalizado en todos los países. Y es una muy buena noticia que, por fin, les damos importancia. Durante la carrera de psicología, estudié aspectos relacionados con la conducta, las cogniciones, los pensamientos… pero el tema emocional no se trataba prácticamente.
Hay un robot, el Oti-bot, que ya trabaja con las emociones. ¿Qué ventajas o inconvenientes voces en la introducción de la tecnología en el ámbito educativo, incluida la educación emocional?
Yo soy partidaria de aprovechar todos los recursos educativos que tengamos al alcance y la tecnología es uno de ellos. Hay programas de software maravillosos para desarrollar aprendizajes lingüísticos, matemáticas… Pienso que lo más importante es hacer que el niño actúe y experimente por sí mismo. En este sentido, estoy muy a favor del aprendizaje activo que propone Edgar Dale en su pirámide del aprendizaje. Él afirma que los peores resultados se obtienen cuando los niños están sentados en una silla solo escuchando, cosa que, cuanto menos, nos tendría que hacer reflexionar.
Visualiza algunas de las páginas del libro aquí.