Estamos inmersos en un momento de transición hacia un nuevo paradigma que todavía no sabemos donde nos llevará. Esto se hace ve en nuestra manera de trabajar, consumir y relacionarnos y afecta especialmente algunos ámbitos, como el mundo educativo.
Una de las personas que mejor conoce los retos actuales a los cuales se enfrentan los docentes pero también el potencial que tienen las tecnologías disruptivas y el uso de herramientas tecnológicas dentro de las aulas es Miquel Àngel Prats, profesor titular de Tecnología Educativa en la Universitat Ramon Llull que hace años que lidera un grupo de investigación que investiga y profundiza en todos los aspectos relacionados con la innovación pedagógica y las TIC.
¿Usted cómo definiría los momentos actuales que vive el sistema educativo? ¿La ve como una “primavera pedagógica” o como una etapa de desconcierto generalizado?
Miquel Àngel (M.A.): Estoy de acuerdo en qué son tiempos convulsos y quizás sí que podemos hablar de “primavera pedagógica” pero primavera de cambio climático, en que de golpe hace mucho frío y de golpe hace mucho calor. No es, por lo tanto, un momento equiparable al de la «Nova Escola» pero sí que es un momento con muchísimas oportunidades. Ahora bien, esto también está provocando que haya mucha indisciplina y desorden.
¿En qué sentido?
M.A.: El aprendizaje basado en proyectos (ABP) es un ejemplo de este desorden. Hay una manera concreta de ejecutarlo pero cada cual lo interpreta a su manera. De hecho, hay que admitir que, en el ámbito educativo, tenemos cierta predisposición a relajarnos, a relativizar las cosas y a usar poco los datos, y esto acaba pervirtiendo las herramientas, los recursos, los métodos y los modelos.
También se dan mensajes contradictorios, como pasa ahora con esta vuelta atrás actual en el uso de tabletas y móviles en las aulas.
M.A.: La educación y la tecnología siempre tendrán una relación de alta tensión que favorece las contradicciones. Esto pasa porque las dos disciplinas que buscan cosas diferentes: la educación es de tiempos lentos y processuals, implica respetar los ritmos de aprendizaje, cultivar la paciencia… La tecnología se rige por valores que tienen que ver con la eficacia, la eficiencia y la aceleración. Es un choque de trenes, agua y aceite.
Pero de alguna manera hay que hacerlo encajar ¿Cuál sería una buena manera de hacerlo?
M.A.: Tan malo es tener un modelo lento como uno de demasiado acelerado. Hace falta que cada escuela, a partir de su proyecto educativo, encuentre su punto de equilibrio e identifique cuando le conviene usar la tecnología y cuando no. Es necesario que la escuela sepa donde tiene que ir en cuestiones de liderazgo educativo, saber el horizonte al cual aspiremos llegar y como volemos tratar las personas dentro de la escuela. También hay que definir qué resultados queremos obtener, cuál es nuestro carácter propio, nuestro ideario, en qué tipo de hombre o mujer queremos que nuestro alumnado se convierta y qué sociedad volamos. A partir de aquí, coges la tecnología y la pones al servicio de este ideario, no al revés. Por lo tanto, no se trata de poner iPads a golpe de martillo, se trata de decirme cómo crees que h de ser por tú la educación, cuál es tu proyecto pedagógico e identificar en qué ámbito la tecnología te puede ser realmente útil.
Hace cerca de una década que a los docentes se los forma de manera activa y se les invita a explorar recursos tecnológicos para que venzan miedos y prejuicios y puedan renovar sus escenarios de aprendizaje, pero todavía hay mucha resistencia ¿Por qué?
M.A.: Para cambiar, primero hay que aceptar que lo necesitas. Ahora bien, una vez asumida esto, hay quienes continúan sin hacerlo, bien porque no saben, porque no podan, bien porque no vuelan. Si es una cuestión que no sabes, con acompañamiento y formación lo solventes. Si no puedes, es una cuestión de recursos, de gestión del tiempo.
¿Y quien sabe y puede, pero no quiere?
M.A.: Sí, esto también pasa y en este caso es un bloqueo emocional. Hay que tener en cuenta que la aceleración propia de la tecnología genera fatiga, erosiona, los hace sentir amenazados y los obliga a salir de la zona de confort. Además, la tecnología a menudo ha prometido cambios que revolucionarían la educación cuando en el fondo el cambio educativo no viene de la tecnología sino del buen maestro. Un buen maestro sabe dar clase con el único apoyo que la sombra de un árbol.
Pero tal como ha pasado en muchas profesiones, el rol del maestro hoy no puede ser el mismo que ha sido tradicionalmente.
M.A.: La tecnología nos pone a todos un espejo delante. Ante tecnologías tan potentes como las que están emergiendo, nadie espera que el maestro lo sepa todo. De hecho, es imposible y tampoco hace falta. El que se espera de ellos es que sean capaces de ponerse en el lugar del aprendiz y se convierta en un participante más del aula, un participante que tiene la función de guiar el alumnado y ayudarlo a buscar las soluciones por sí mismos. Esto evidentemente requiere una nueva manera de trabajar, pues con el libro de texto estaba todo programado, planificado, desarrollado, y esto es el que los aportaba tranquilidad en la hora de entrar al aula a las 9h. Ahora hay que aprender a funcionar de otro modo.
«La aceleración propia de la tecnología genera fatiga, erosiona, les hace sentir amenazados y les obliga a salir de la zona de confort»
Entre las voces críticas a los métodos educativos actuales hay quién se queja de estar educando a los niños solo para que sean gestores de proyectos, pero sin ninguna base cultural y humanística.
M.A.: Ciertamente, la escuela no es un circo ni un parque de atracciones. Hay que ser críticos y revisar la manera como se adquiere el conocimiento humanístico y asegurarnos que los alumnos también tengan una base sólida en este ámbito. Pienso que sería importante hacer una poda del currículum e ir a las bases: antes de saberse de memoria las comarcas o hablarles de cosas lejanas a su realidad tienen que saber escribir, leer, hablar y pensar. Basura bien estas cuatro cosas y vamos añadiendo contenidos adecuados en su edad.
Para acabar, y puesto que hablamos de lectoescritura, cuál es su diagnosis de los males resultados del informe PISA?
M.A.: Pienso que es una cuestión multifactorial. La diversidad cultural actual de las aulas podría ser uno de los factores pero no es el único, hay más factores. Por ejemplo, si tenemos claro como se aprende a leer y a escribir de manera disciplinada, como prueban los estudios de neurociencia, ¿por qué no se hace? O la lectura en voz alta, por ejemplo, que se hacía antes y va bien para trabajar la conciencia fonológica. ¿Por qué se ha dejado de hacer ahora? Mi hipótesis es que hemos dejado de hacer algunas cosas que antes se hacían y funcionaban que habría que recuperar.